RELATOS DE CONCURSOS
RELATOS PRESENTADOS AL CONCURSO DE MICRORRELATOS DE CADENA SER 2014
Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Miré por la ventanilla y la enorme silueta plateada del lago Michigan me indicaba que estábamos sobrevolando Chicago.
Era por la noche cuando la ausencia de Laura se me hacía más insoportable. Siempre pensaba en ella, y en aquel inmenso océano que ya había entre nosotros. Sentí un pellizco en el corazón al recordar sus besos, sus caricias, y el alma se me deshizo cuando el recuerdo de su cuerpo desnudo junto al mío me inundó como un torrente, como una neblina de esas que te empapaba hasta la médula.
He derrotado al amor, me decía un amigo, y aunque las victorias suelen ser acompañadas de alegrías, en esta ocasión no dejaba de ser una victoria amarga, necesaria para poder seguir viviendo, para poder continuar adelante, pero triste porque se ha dejado de amar, de sentir, y también de sufrir, porque el sentimiento más hermoso del mundo y el que nos puede llegar a hacer lo más felices que se puede imaginar, también a veces no hace sufrir y puede llegar a convertir nuestra vida en un infierno.
Pero aún con todo esto, mi amigo seguía creyendo en el amor, y aunque lo había pasado muy mal, no se arrepentía de nada y estaba dispuesto a sufrir de nuevo con tal de volver a sentir otra vez lo que se siente cuando estás enamorado.
RELATO PRESENTADO AL CONCURSO DE MICRORRELATOS SAN SILVESTRE SALMANTINA 2014
Lancé mi ataque en la calle Compañía, a la altura de la Casa de las Conchas, con el sol de Diciembre restallando contra la fachada, como si fuera una señal. Mi hermano no me siguió, prefirió seguir a su aire. Nos habíamos apostado una cena a ver quién llegaba antes, pero aún quedaba bastante y supuso que me desfondaría antes de llegar a la meta. Fui dejando corredores atrás, yo mismo me sorprendía de mi resistencia, aunque el ácido láctico me empezaba a poner las piernas como el tensor de un puente de Calatrava. Llegué al Paseo de San Antonio; las cruces de la parroquia de San Estanislao anunciaban el viacrucis que me aún quedaba. Ya saboreaba las mieles de la victoria cuando mi hermano me adelantó de corriendo de espaldas con una facilidad pasmosa. Otra más, apunté, pero qué culpa tenía él de haber nacido quince años después.
RELATOS PRESENTADOS AL CONCURSO DE MICRORRELATOS DE BODEGAS ROMATE 2014
Amanecer
Apuré mi brandy, saboreando el roble y notando la explosión de los taninos en mi boca. El cuerpo de Lana se extendía como una inundación sobre la cama; después de hacer el amor se había dormido. Su respiración era tranquila, sosegada, nada que ver con la agitación anterior, cuando desnudos nos comíamos a besos, dando vueltas sobre el lecho, como pájaros enloquecidos en la oscuridad.La mujer que amaba descansaba junto a mí, y aún dormida yo podía percibir su amor. La acaricié despacio, muy suave, no quería despertarla. Noté su piel cálida a través de las yemas de mis dedos.Amanecía. Un destello del sol, más allá de la línea del horizonte del océano, se estrelló un instante contra la botella. Por un momento vi las palabras Cardenal y Mendoza acaparar todos los colores del arco iris. Aquello era una señal, mi copa no podía seguir estando vacía.
La última copa
Churruca apuró su brandy; lo saboreó despacio, notando el roble americano y la solera, pensando que tal vez era la última vez que podría hacerlo. Desde el puente de su nave, el San Juan Nepomuceno, contempló la impresionante estampa de la Escuadra Combinada amarrada en Cádiz y que estaba a punto de zarpar para enfrentarse a la Royal Navy. Miró al cielo, gris y con grandes nubes que amenazan tormenta. Por un momento tuvo un pellizco en el corazón, como si fuera un presagio había visualizado a todos aquellos barcos y sus tripulaciones destrozados por los cañones ingleses y a los restos de la flota a merced de un temporal después de la batalla. Las señales de zarpar le sacaron de su visión.
- Pedro-dijo a su ordenanza-, sírveme otro brandy, mucho me temo que el maldito Nelson va a conseguir que no lo vuelva a probar.
RELATO PRESENTADO AL CONCURSO DE RELATOS “NEGROS” 2014
La octava maravilla
El cuerpo se derramaba como una inundación sobre la cama. Parecía dormida, y aunque hacía un rato que le había disparado, su piel permanecía cálida. Era un encargo del maldito Walter, arguyó que era una soplona, que por culpa de ella habían interceptado un alijo en el puerto. No me fue difícil encontrarla, siempre frecuentaba locales donde había tipos que manejaban mucha pasta. Ese día me afeité y me puse un buen traje. Enseñar el taco de billetes hizo el resto.Era casi una niña, no debería tener más de 18 o 19 años, pero nunca había visto en mi vida una criatura tan preciosa: piernas largas, caderas de vértigo, pecho generoso y unos ojos de pantera que te hipnotizaban. Hubiera triunfado como modelo, actriz o alguna cosa parecida, pero según Walter a causa de una infancia desgraciada, con violador incluido en el entorno familiar, esnifaba cocaína a todas horas. Y eso valía dinero, mucho dinero.
Noté que empezaba a desconfiar cuando la llevé al Hotel Wallace, un antro donde no habían visto un traje de 500 pavos ni en la TV. Allí nadie hacía preguntas y nadie veía nunca nada.
Se desnudó y se me ofreció a cambio de que la dejara escapar; no aproveché el regalo, pero ahora, viéndola como un ser que ya no está entre nosotros, me arrepiento de haber dejado al mundo sin la octava maravilla.
Antes de morir me dijo que los de Estupefacientes la habían presionado dejando que se comiera el mono en una celda, para cuando estuviera desesperada ofrecerles ellos mismos la droga a cambio de información. Ya oigo las sirenas, no tardarán en cogerme; tendré mucho tiempo en la cárcel para pensar porqué no usé el silenciador. Era una mujer tan hermosa que perdí la sangre fría necesaria para estos menesteres. Ahora tocará pagar, pero no seré el único. Walter también caerá, ese será mi homenaje.
RELATO PRESENTADO AL CONCURSO DE DISCAPACIDAD DE PIÉLAGOS 2014
Mi vecino se llama Óscar y sufre el síndrome de Sturge-Weber.
Óscar comenzó a andar tarde, sobre los cinco años. Fue como un milagro: Jesús sobre las aguas, dijo su padre. Hasta ese momento Óscar se desplazaba sentado, ayudándose con las manos, y se deslizaba por el patio, por la casa o por cualquier sitio a una velocidad pasmosa.
Él no articula palabras, pero emite sonidos; en especial una risa contagiosa cuando juega con su padre al “beso esquimal”. Cuando su padre se lo dice, Óscar junta su nariz con la de su padre y se ríe como un descosido.
Como tenemos patios conjuntos, es bastante frecuente verlo alrededor de un cobertizo que tengo para guardar trastos; él pasaba muchos ratos agarrado y jugueteando con una cadena que tenía puesta en la puerta. Era como si se relajara, permanecía allí con su mano fuertemente asida, y con la mirada perdida. Aquel lugar parecía ser un pequeño santuario para él, un remanso de paz y tranquilidad. Sus padres llegaron a decirme que hasta en días en que estaba especialmente agitado, lo llevaban a que se agarrara a la cadena y entonces se calmaba.
Hace poco la cadena desapareció, algún desaprensivo forzó la puerta, y desde entonces Óscar no se acerca a mi cobertizo. Hoy he decidido reponerla, y espero con ansiedad que recupere aquellos ratos en los que parecía navegar, en los que parecía que ya había atravesado el océano e incluso llegado hasta más allá de las estrellas.
I CONCURSO DE MICRORRELATOS “LENTEJA DE TIERRA DE CAMPOS” 2014
MICRORRELATO: Esaú
Sucedió mientras hacía las lentejas- a mi marido le gustaban mucho y el día que volvía del campo y se encontraba el plato humeante sobre la mesa casi me comía a besos-. La mañana era yerma, fría, invadida por la bruma del invierno de la Tierra de Campos. Sonó el timbre, abrí la puerta y allí estaba el hombre, aterido de frío y tiritando.
- ¡Buenos días!- dijo. Era un vagabundo, un hombre viejo, embutido en un raido abrigo, una gorra vieja y unas botas rotas.- No quisiera molestarle, ¿pero no tendría usted algo de comer? Hace dos días que apenas pruebo bocado.
Nunca vi una sonrisa tan grande como la de aquel hombre cuando le puse en la mesa el plato de lentejas. Devoró un par en un santiamén y casi me besó las manos cuando se fue.
- De haber sido yo el mismísimo Esaú- dijo al irse- no le quepa duda que hubiera hecho lo mismo que él. Adiós primogenitura, ya lo creo.
Le vi alejarse desde la ventana. Arrastraba una leve cojera mientras empujaba el carro donde llevaba sus escasas pertenencias. Hacía mucho frío, pero seguro que el estómago lo tenía caliente.
CONCURSO DE MICRORRELATOS JORGE JUAN 2017
ESPÍAS
El punto de encuentro era en la orilla sur del Puente de Londres. Anochecía en la capital británica y la luz del crepúsculo comenzaba a recortar las agujas de la Collegiate Church de St Saviour; las luces de algunos barcos titilaban como libélulas gigantes suspendidas en la bruma. Uno de los dos hombres temblaba de frío y por un momento pensó en el clima mediterráneo de su Novelda natal. No le hacía ninguna gracia aquel sitio, le daba mal fario, ya que era donde antiguamente clavaban las cabezas de los decapitados. Cráneos ilustres como los de William Wallace, Tomás Moro u Oliver Cromwell habían decorado la entrada de aquel puente.
El inglés entregó el informe sobre la construcción naval inglesa; el español correspondió con una bolsa de monedas. Antes de seguir su camino por direcciones opuestas, se presentaron:
- Me llamo Bond, James Bond.
- Me llamo Juan, Jorge Juan.
CONCURSO DE MICRORRELATOS JORGE JUAN 2016
El río Guayllabamba bajaba caudaloso; Jorge Juan lavó su escudilla y limpió los restos de locro de papas, la comida de siempre. Lo que hubiera dado él por un plato de bullitori a orillas del Vinalopó. Por un instante la memoria casi le recupera el sabor del bacalao. Llevaba seis años fuera de España y sentía una gran añoranza por su tierra y el Mediterráneo.
Uno de los indios, al que le atribuían poderes mágicos, siempre andaba jugueteando con el sextante. A él le exasperaba, si había un instrumento delicado era ese. El indio le apuntó con el aparato, Jorge Juan se levantó para quitárselo, pero apenas dio un paso. Cayó cuan largo era y para cuando abrió los ojos lo primero que vio fue la silueta del Castillo de la Mola y un gran gentío a su alrededor. Era el 22 de Julio, día de la Magdalena, en Novelda.
CONCURSO DE MICRORRELATOS JORGE JUAN 2015
Aunque se decía que los fantasmas no podían llorar, a Blas de Lezo se le escapó alguna lágrima por el único ojo que le quedaba sano; a su lado, Jorge Juan no dejaba de lamentarse y de llevarse las manos a la cabeza. Ambos estaban contemplando el desastre de Trafalgar y, al margen de las tácticas de Nelson, pudieron ver claramente desde la perspectiva de la inmortalidad, como los pesados y anticuados barcos de la escuadra franco-española eran ampliamente superados por los ágiles y rápidos barcos ingleses. Tanto trabajo y tanto estudio para nada, pensó Jorge Juan.
- Con tal de no ver esta hecatombe- dijo el hombre al que no dejaron acabar la reforma del modelo naval español de entonces, y que de haberlo hecho, casi seguro que el signo de la batalla que presenciaban hubiera sido diferente- hasta hubiera sacrificado no haber salido nunca de Novelda.